Aunque los menores no deberían tener acceso al alcohol, las últimas encuestas escolares nos muestran frecuencias y estilos de consumo muy preocupantes. Casi el 82% de nuestra población adolescente lo ha consumido el último año y un tercio se embriaga con na frecuencia de por lo menos una vez al mes. Desgraciadamente, estos patrones tóxicos son los inductores de otros consumos y comportan un cúmulo de problemas relacionados.
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Evidentemente no todos los adolescentes tienen estos problemas. Pero tampoco estamos hablando de una minoría. Por tanto estamos ante un problema grave y complejo, que no se puede dejar sólo en manos de los adolescentes, a la espera de que consigan hacer un consumo responsable por ellos mismos. Los adolescente están sometidos a muchos estímulos internos (curiosidad, ganas de pasárselo bien, necesidad de integrarse en el grupo…) y externos (presión de grupo, estímulos publicitarios, etc.) que les dificulta autoregularse. Es por tanto la sociedad la que debe suministrar los mecanismos de protección ambiental que actúen como barreras protectoras. Los datos del último estudio ESTUDES, que ya hemos citado, nos indican que muchos menores tienen acceso fácil al alcohol, a pesar de su edad, puesto que ya lo están consumiendo. Por tanto existe una amplia tarea a desarrollar que afecta a las administraciones, la industria (del alcohol, de la distribución y la recreativa) y, también, a las familias. Las normas y leyes son muy importantes, pero por sí solas no revierten las situaciones.

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